Esta es para ti:
~·~
Quiero, cuando
estemos libres de las notas, al menos por un tiempo, hacer algo nuevo.
Quiero pedirte
que juntes tus párpados, tomar tu mano y llevarte a nuestra historia, el gran viaje.
Que lleves puesto
un pantalón azul marino, que vayas descalzo, una camisa semiabierta y yo a tu
costado, lleve el vestido azul caribe que algún día encontraré, y el cabello
muy suelto. Y no olvides llevar tu sonrisa.
Abre los ojos.
Quiero ver la
película de nuestra vida, de cómo dos niños se convirtieron en jóvenes, ponerle
“pausa” a la pantalla y rodear tu cuerpo con mis brazos mientras vemos esas
partes más bonitas de lo que tú y yo construimos, sin saberlo. Pasar mis dedos
por tu cabello y… quedarme callada, porque aún no es momento de hablar.
Ahora que estamos
sólo los dos, te podría decir que este es un viaje infinito. Que, cuando
levanté la mirada a mis 13 y me encontré contigo, no esperaba algo. Cuando te
volví a mirar, lo seguí haciendo cada vez que pude, que cuando tú lo notaste y
no bajaste la mirada, que cuando lo entendimos, las canciones más lindas
comenzaron a sonar.
Entonces, podría
tomar tu rostro entre mis manos, detenerme a sentir tu linda y suave piel con
las yemas de mis dedos, ver que se ha vuelto de noche y que podemos ver todas
las constelaciones, que la luna nos acompaña e ilumina, que tu piel brilla como
diamantes y es cálida, como cuando la toqué por primera vez.
Y cuando mis
manos lleguen a tus labios, que se frunzan besándolos, y luego me sonrías como
solo tú sabes hacerlo.
No, aún no quiero
que me beses.
Por ahora quiero
que sigamos viajando. Pero que sea como cerrar los ojos, suspirar y mover los
pies, llegar bailando a ese lugar donde podemos echarnos al pasto, escuchar el
río cantar, ver la noche, el amanecer, el atardecer, cuando queramos. No tiene
por qué terminar.
Es verdad que
pasa en nuestras mentes, pero eso no significa que no sea real. (citando a HP).
Quiero, en una de
esas noches, tomar tus manos y poner una sobre mi corazón y la otra en mi
frente. Así diría yo que puedes saber lo que pienso, cómo siento lo que vivo,
cómo te veo, mi amor.
Te pondría de pie
y le daría “play” al equipo de música que aparece a nuestro costado, y sonaría
una canción que aún no existe, que ni tú ni yo conocemos, pero que es perfecta
para el momento, para el viaje.
Dame la mano.
Puedes guiarme,
es mejor así al bailar, y no olvides que me gustan las vueltas.
Y cuando llegara
el momento de abrir los ojos, tomaría tu mano, la cerraría fuerte y te diría:
esto es lo que me haces sentir.
No siempre,
porque varias veces es todo lo contrario.
Pero, hay algunos
días en los que olvido todo lo malo que vimos, lo que aprendimos, lo que
prometemos y rompemos, que al momento tienen sentido y a veces luego no,
aquello que nunca será más que nosotros.
Y escucho a Dios diciendo
“confía en él”, siento que pone su mano sobre las nuestras, y le pido siempre
que seas tú y solamente tú.
Esos momentos,
etéreos, mágicos, tan fríos y cálidos, tan brillantes, tan estelares,
maravillosos, míticos, nuestros, esos momentos son los mejores.
Confiar en ti, y
que tú confíes en mi. Poder jugar a ser Atlas, y afirmarte que no dejaré que
caigas.
Al despertar,
juntos ahora pero separados por las calles y personas en nuestros días más
ocupados, sabremos que siempre, siempre podemos descansar juntos al viajar,
mientras los sueños se almacenen en las almohadas, y cada vez que peguemos la
cabeza en ellas, el hilo rojo que nos une nos hará despertar en el viaje, ese
que nos hace vivir más que en el día y que nos hace descansar más que en la
noche.
¿Será todo eso,
amor, mi amor?